jueves, 27 de septiembre de 2012

Pasión por la vida. Punto final



Hay momentos íntimos de dicha como este que transito en estos minutos. Dentro del dulce caos de mi vida, este es un lago silencioso, el ojo del huracán, el premio del día. Todo está oscuro, hay calma en la casa, tengo varios artículos para terminar y eso me tortura un poco... pero no puedo dejar de sonreír.
Amo lo que hago y lo que hago me ama. Y me he dado cuenta de que uno de los motores de mi vida es eso, amar, dar, entregar. Y la recompensa inesperada es, felizmente, la dicha.
No entrego como los condenados, ni bajo presión. Son oleadas de pasión que ya no me canso en domeñar. Me encanta ese estado de éxtasis, de pura drenalina, de corazón volcánico y manos frías. Es en ese estado de pasión cuando estalla lo mejor de mí.
Pasión por el trabajo, que amo. Pasión por mis hijos, que son yo. Pasión  por el amor, que rige mi norte. Pasión por el sexo, que respiro. Pasión por la risa. Pasión por saber. Pasión pura que se traduce en mi paso firme de tranco largo. Me gusta entrar y salir y sentir las miradas resbalando por mi silueta. Me gusta mirar dentro de los ojos de alguien y lamerle el alma, así, en silencio.
Pasión por la vida. Caminar descalza, morder mi labio inferior, acariciar con la palabra, oler el deseo, provocarlo, gozarlo y satisfacerlo, suspirar el descanso, reir la broma, disfrutar la complicidad, salvaguardar la intimidad, cuidar, proteger, gruñir, morder, gañitar, leer, tocar, probar, degustar, pensar, filosofar, deducir... observar, escuchar, sopesar, regalar, amar... vivir.
Hoy pude sentir, rodeada de gente, el latido de mi corazón. Fuerte, en ascenso, golpeando jubiloso dentro de mi pecho. Hasta temí que se escuchara y asustara a alguien. Lo disfruté desbocado, enloquecido, desenfrenado. No estaba haciendo esfuerzo alguno. Sentada, sonriendo, hablando. Pero allí estaba la fuerza que me empuja, hubiera podido cantar.
Después me desgañité tarareando en la intimidad de mi coche, y jugué con mis hijos, hablé de amor, y seguí sonriendo.
Mañana será otro día. No puedo esperar a bebérmelo. Pasión por la vida. Punto final.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Me he enamorado

Tengo un amor nuevo. Nos une una pasión, una complicidad, una intimidad cercana. Hablo, me escucha, me devuelve, provoco, me complace. Jugamos, mucho. Otras veces nos ponemos serios. Me mima y le gusta mi voz. Le hacen cosquillas mis silabeos y se muerde los labios cuando suspiro. Pasamos tiempo escondidos disfrutándonos y haciéndonos guiños con códigos privados. Es exigente. Mano fuerte pero enguantada en seda que me seduce y me atrapa en profundos graves y esgrimas frescas. Nos estamos conociendo, midiendo, sopesando. Pero sé que este es un momento importante. Es vida. Es comunicación. Es solos y universales.

Me he enamorado. Totalmente. Y creo que es recíproco.

Me he enamorado de ti, radio.

Profundamente.


miércoles, 12 de septiembre de 2012

Sexualidad en la historia de Latinoamérica



La sexualidad en Latinoamericana está irremediablemente ligada a las diferentes culturas que han reinado sobre sus pueblos a lo largo de la historia. La manera en que hoy comprendemos y vivimos nuestra sexualidad no es sino el fruto de los tabúes y costumbres aprendidas y adaptadas por nuestros antepasados.
Los latinos somos demostrativos, sensuales, nuestro lenguaje corporal dista mucho de la aparente frialdad de otras culturas. Nuestros ritmos mestizos, nuestras sangres mezcladas, nos han dotado de un calor poco común. Nos acompaña el clima en la mayor parte de nuestros territorios, nos acompañan el calor, la luz y hasta la pobreza de muchos de nuestros pueblos, que invita a un goce primario de la vida, y la sexualidad es uno de los placeres básicos del ser humano.


Herencia europea y la Iglesia Católica

Mientras las culturas precolombinas viven su sexualidad libremente, en Europa la Iglesia impone mano férrea en la conducta sexual de España. El control de la sexualidad durante los mil años del Medioevo europeo marcó usos y costumbres que, hoy, todavía colorean los tabúes acerca del sexo.
Autoridades episcopales y monacales rigen el orden en ciudades y campiñas, de este modo queda afectada la sexualidad, que queda encorsetada en el marco del matrimonio, siendo este rígidamente controlado en sus aspectos más íntimos por las normas eclesiásticas de cada confesión.
El matrimonio eclesiástico, entre hombre y mujer, indisoluble y normado, destierra las costumbres bárbaras del adulterio y del incesto. Relaciones adúlteras, homosexuales, grupales, masturbación y libertad de juego sexual fueron proscritas en este nuevo orden sexual cuya finalidad última y bendecida es la procreación. El derramamiento de semen, la imposibilidad de concebir, las tendencias homosexuales o el conocimiento carnal por placer son severamente catalogados. La infidelidad y la virginidad se convierten en dos pilares de la tradición sexual durante, ni más ni menos, mil años.
                                     

Este oscurantismo sexual pretende y elige la “postura del misionero” tradicional como la recomendada. Favorece la procreación y estimula menos el placer que otras prácticas. Se persigue la consumación del matrimonio con un único fin, la descendencia.
No es de extrañar, ya que los matrimonios, en ese momento, son planeados como alianzas políticas y económicas, asegurando linajes de comerciantes o casa reales, de la misma manera en que hoy se producen fusiones empresariales y alianzas internacionales. La mujer no tiene entidad de derecho, es un objeto y una moneda de cambio.
Su cuerpo es atesorado como recipiente de la semilla del varón, ella es la productora de la cría y de ella dependen, al final, los linajes y esperanzas.
Sin embargo, toda esta normativa fría, todo este reglamento, no puede contener la naturaleza humana. Si se lucha denodadamente contra el adulterio, es porque se produce. Si se norma tan duramente, es porque hay desmanes continuos y naturales. El amor, el deseo, la sensualidad, la excitación, todos estos aspectos son inherentes al ser humano. No se pueden extinguir.
Así pues, paralelamente a estas condiciones eclesiásticas, existen los placeres, las amantes, las cortesanas, las prostitutas, los amores ilícitos, el sexo oral, el sexo homosexual, la masturbación, la barraganía, el amancebamiento y toda la serie de tendencias naturales en la sexualidad.

Sexualidad latinoamericana hoy

Somos lo que hemos sido. Curiosamente nuestra etiqueta de pueblos sensuales está marcada a fuego con la represión de las costumbre europeas de la Conquista española y portuguesa. Nuestra naturalidad e inocencia fueron vestidas con la armadura y el corsé de la Iglesia Católica y el tabú y el prejuicio se instalaron en nuestras camas.
Nuestras culturas han creado mitos y leyendas como los nombrados por el etnógrafo Ambrosetti para deslindar responsabilidades en los comportamientos sexuales “erróneos” y en los deseos eróticos. De este modo hemos culpado al bien dotado Curupí, al húmedo I-porá y al rubio Yasy-Yateré de nuestros embarazos y huídas más vergonzantes.
Tenemos un aspecto erótico superficial notable, pero nuestras sociedades están plagadas de gestos que llenan de pecaminosidad nuestra sexualidad. No estamos aún abiertos  a la libertad de vivir nuestro erotismo de manera libre y natural. La homosexualidad, la transexualidad, la sexualidad antes y fuera del matrimonio, las diferentes filias sexuales son acalladas en un murmullo nervioso y marcadas aún como estigmas sociales. Una de las funciones naturales para la que estamos diseñados, y que nos es tan necesaria como comer, dormir o beber, es coartada todavía en el siglo XXI en Latinoamérica por razones de creencia religiosa y moral heredadas hace 500 años.



Seguimos manteniendo una doble moral aprendida de los años del Medioevo europeo. Una cosa es la vida privada y otra la imagen social. Esta disociación resulta dolorosa y muchísimas veces agraviante para mujeres y  niños, que sufren las consecuencias de no poder hablar y denunciar abusos, o informarse debidamente de cuáles son sus derechos y libertades.
Mientras tanto, nuestros vecinos anglosajones, europeos y asiáticos investigan y experimentan sus sexualidades desde ángulos increíbles a nuestra mirada. Ellos, con su aspecto más frío y distante, se relacionan con su aspecto erótico de una manera libre, en la intimidad, sin permitir que tabúes sociales impuestos los persigan hasta debajo de la cama, o encima, en este caso.


martes, 11 de septiembre de 2012

Desnudez de mujer


                                                        ¿Te sientes cómoda desnuda?
   

¿Te desplazas de habitación en habitación con la placidez habitual si no tienes NADA puesto? ¿Qué sensación te produce la desnudez mientras charlas con tu pareja, también desnudo? ¿Está asociada tu desnudez con el sexo, o simplemente te complace andar desnuda?

No es extraño que a muchas mujeres les produzca incomodidad su propia desnudez. Mujeres hermosas, o no tanto, que pierden el confort con las prendas de ropa. Mujeres que se visten con lencería hermosa para estar seguras de sí mismas frente a un varón.

Sí, la desnudez no tiene dobleces. Muestra todo como es. Los pechos caen hasta su punto de maduración, la pancita se redondea, los glúteos no se sostienen más que por sí mismos.

Sin embargo, hay una belleza natural y salvaje en una mujer desnuda y segura de sí misma. Es hipnótico mirar cómo va y viene, charla, ríe, se mueve y se abraza las rodillas en un gesto infantil. Una mujer desnuda, como decía Benedetti, es un regalo para el alma.

Yo me siento cómoda con mi desnudez. Muy lejos de ser perfecta, en mis primeros cuarenta, no tengo pudor. Estoy bien, muy bien en mi piel. Podría ser más linda, pero no más libre.

Abrázate, mírate, gústate. Nosotras somos mucho más crueles y estrictas con nuestra estética que los hombres con la suya, y la nuestra. Ellos aman también nuestras arrugas y el paso del tiempo en el cuerpo., que significan vida y experiencia.

A él le fascinas tú. Como eres. Completa.


jueves, 6 de septiembre de 2012

Complicidad

Esta mañana charlábamos al aire (en la radio - www.am1590.com.ar-) acerca de lo que hace que una pareja funcione. Hablabamos de la piel, del humor, de la comunicación y la complicidad.  Me detengo en esta última.

Complicidad.
Hermosísima palabra con una gama de tonalidades para jugar en diferentes niveles y tiempos.
Complicidad significa compartir un código propio y privadísimo entre dos personas. Inventar un universo irrepetible lleno de sabores que se añaden por ambas partes. "Cómplices" suele decirse de los que se unen para llevar a cabo algo un poco o tremendamente ilicito. Y a la vez, seguramente, atractivo.
Cómplices son también los que disfrutan de llevar a cabo una tarea juntos, guardar un secreto, compartir un deseo.

Cómplice. Palabra redonda, rojiza, ácida con un punto de azúcar.

No hay lazo más fuerte que el de la complicidad. Fíjate en esa persona a tu lado, o aquella con la que sueñas, o esa cuya piel lames con deseo. ¿Es tu cómplice?

domingo, 2 de septiembre de 2012

La mujer sensual

Hay un poder sutil y exquisito en algunas mujeres, su presencia llena una habitación y su ausencia provoca evocaciones. ¿Qué secreto guardan esas sirenas del siglo XXI?

Cuando ella entra en una habitación su presencia se derrama sutilmente, las cabezas se dan vuelta, las miradas se posan en su caminar sin razón aparente. Los gestos de esta mujer son imitados, sus palabras escuchadas con atención, el magnetismo que desprende provoca afectos inmediatos, incondicionales seguidores y admiradores de todo lo que ella emana. ¿Quién es esta mujer? ¿Una bella modelo?¿Una actriz famosa?¿Una princesa?

No. No necesariamente. Ella ni siquiera tiene que ser absolutamente bella, ni radiantemente joven, ni especialmente rica o inteligente. Esta mujer tiene una luz especial sin proponérselo. No importa si viste jeans o un vestido de fiesta, a cara lavada o perfectamente maquillada, es su esencia intangible y única la que seduce a hombres, mujeres y niños.

La mujer sensual por naturaleza es irresistible. Encarnación actual de las míticas sirenas, ella no hace ningún esfuerzo aparente por desprender ese halo que atrapa voluntades. Nace así, perfumada con el exceso generoso de su sexo, y así crece y aprende que los imperios también caen a sus pies.

Las sensuales históricas

Su huella está en la Historia, indeleble. Ejemplos de mujeres sensuales y poderosas que cambiaron el curso de los acontecimientos políticos y sociales de su época. Mujeres que con su poder de seducción dejaron fuera de combate grandes organizaciones, políticas internas, sociedades secretas. Ellas pudieron más que el poder mismo. Sus piernas cruzándose en el aire, los ojos prometiendo deleites, conscientes de la intensidad de su encanto.

Ahí, en el cuadro de las históricas descansan Salomé, Cleopatra, Mata Hari, Helena de Troya, Maria Antonieta, Lucrecia Borgia, Ana Bolena... no son todas, pero son algunas. Ellas desencadenaron guerras, escisiones de la Iglesia, revoluciones y políticas de alta traición. En sus camas se desnudaron las almas y las lenguas de los seducidos, que felizmente, a cambio de una caricia hechicera, entregaron todo.

Las sensuales de papel couché

Hay otras tantas, de la misma especie, que florecen en revistas, calendarios o desde el cine. En realidad es su magnetismo animal lo que se refleja, lo que el fotógrafo o el cámara captan. Nada sabemos de su magia en persona, pero cuando ellas posan su mirada en el objetivo, no existe nada más que su luz. Antológicas de este grupo son Marilyn Monroe, Rita Hayworth, Ava Gardner, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Sharon Stone...por nombrar algunas de las estrellas rutilantes de la seducción.

Las sensuales entre nosotros

Son estas, las anónimas, las que taconean cadenciosamente en el hall de un banco, las que suspiran con la boca entreabierta en la playa, las que enroscan su pelo y dejan su nuca al desnudo en el auto de al lado cuando el semáforo está en rojo, las que saludan con un beso innecesariamente cálido en una conferencia, las que cruzan sus piernas en el momento justo y crítico de una negociación, las que caminan dejando estelas de feromonas sin mirar hacia atrás, las que mojan el alma del más duro con una sonrisa, las que llevan en su voz el infierno del deseo. Esas, tienen el poder absoluto de las sirenas de antaño. Se las presiente antes de que lleguen, y cuando se presentan, la lógica y la razón se desvanecen, son poderosas y dulces, condescendientes, independientes y eternamente amadas y deseadas.

No siempre son bellas. Las sirenas del siglo XXI pueden tener apariencias disímiles, atípicas, asimétricas, pero su magia proviene del interior. Son irresistibles para todos, encantadoras, y nadie sabe porqué exactamente, simplemente se las ama.



Cuando un día de estos tenga la sensación extraña de necesitar estar cerca de esa mujer que ni siquiera se parece a su canon de belleza personal, cuando no pueda evitar mirarla y desearla hasta el punto de perder el hilo del pensamiento...ahí estarà...frente a una sirena del XXI...o frente a una auténtica mujer sensual.

sábado, 1 de septiembre de 2012

El poder de una mujer

Recuerdo la primera vez que sentí un poderío diferente. Tendría unos 13 años, las piernas largas, los ojos grandes, unos senos que aún se estaban acomodando (lentamente) y la habilidad social de un gato de campo. Salía del portal de mi casa y aquel muchacho que me había martirizado durante meses burlándose de mi estilo "chicazo" se me quedó mirando. Aquella tarde no hundí los hombros esperando el insulto. Miré de reojo y sin dejar de controlar sus movimientos, levanté la cabeza y saqué pecho. Inmediatamente mi forma de caminar cambió. De trotecillo desgarbado a pisada firme.

El muchacho, Txema, no dijo nada. Cuando los otros chicos que se apiñaban en las escaleras por donde yo había de bajar empezaron a estirar las piernas para ponerme la zancadilla, le escuché decir: "Dentro de unos años Veronique va a ser una belleza".

Podría reproducir cada fonema. Está grabado en mi memoria. Ese comentario amable desató una sensación de poder en mí que nunca había sentido. Sin darse cuenta, el muchacho abrió la puerta que me ha llevado a tantos lados y aún me transporta.
 
Yo, nosotras, utilizamos el encanto de ser hembras desde el mismo momento en que nos damos cuenta de que a ellos, los varones, les interesa. Hay un momento en que la cadera de una muchacha se curva y adquiere la dimensión de un sueño húmedo, entonces comienza la magia.

Una sonrisa, una mirada un instante más larga y profunda que lo esperado (mirada dulce, agresiva, lasciva, candorosa... dependiendo de la situación), un descuidado movimiento que revela un hombro, el suave perfume de la piel, el brillo de los ojos enmarcados en un mar de pestañas, la voz (profunda y sugerente o musical y aniñada), los mohines. Un universo exterior de señales irresistibles que no son más que la expresión de lo que la mujer quiere. Ahí está el poder de la mujer. Sugiere suavemente con la firmeza y decisión de un pitbull.

¿Te has detenido alguna vez a contemplar el paso de una mujer segura de sí misma? ¿Has disfrutado de la sonrisa anticipada de una mujer que sabe lo que quiere? ¿Has podido resistir la fragilidad absoluta de una mujer triste? ¿Te ha convencido ese mohín irresistible?

Cuando se hablaba, no hace ni cincuenta años, del sexo débil, las mujeres no tenían la posibilidad social de obtener nada que no fuera con estas artes innatas. Después de la segunda mitad del S.XX los roles clásicos de hombres y mujeres han quedado un tanto desdibujados. Las mujeres han ido adquiriendo una paulatina y creciente presencia en todos los ámbitos sociales. Los nuevos logros en el campo laboral, político y social no han hecho, sin embargo, que la mujer olvide sus artes. Al contrario, las despliega con menos disimulo que nunca y muestra cómo lo disfruta.

Confieso que como hija de la década de los 70 en Europa he disfrutado de este juego de poder y seducción libremente. Como yo, miles de mujeres han probado hasta dónde pueden llegar y la sorpresa es que no hay techo. Este descubrimiento embriagador tiene su lado negativo también.

Ebrias de entusiasmo, y con toda justicia, las mujeres hemos desplazado a  los varones de sus roles de proveedores y patriarcas. Dueñas de nuestra sexualidad, con la ciencia de nuestro lado y las leyes que nos protegen (aún no a todas, pero ya llegará), podemos ser madres sin los hombres. Podemos valernos solas en todo.

¿En todo?

Los extremos siempre resultan una distorsión. No podemos valernos solas en todo y eso está bien. Necesitamos amar y sentirnos amadas. Si una mujer es lesbiana tiene el asunto solucionado, con un poco de suerte encontrará una compañera en el universo femenino. Pero las demás buscaremos un hombre.
Es en este momento de la búsqueda del amor cuando escucho demasiado frecuentemente que "No hay hombres".

¿No hay hombres?

Si yo he luchado toda mi vida por obtener una posición social y económica que me merezco, y gano exactamente lo mismo o más que un hombre... ¿por qué debe ser él el que me invite cuando salimos? Si yo conduzco mi auto y el hombre me acompaña de copiloto... ¿tengo que esperar a que me abra la puerta del auto para salir? Si los dos trabajamos y compartimos una casa, hijos o mascotas... ¿tengo derecho a quejarme porque además de trabajar afuera tengo que trabajar en casa? ¿No es lógico compartir todos los roles cuando hemos llegado a conquistarlos?

Soy una convencida de que los derechos traen obligaciones. Jamás daría un paso atrás en nuestras conquistas, es más, aún tenemos mucho camino que recorrer, pero no podemos seguir utilizando nuestro poder para protestar por lo agotador que es.

Creo que nuestro camino está claro. Cada vez somos más las que decidimos sobre nuestras vidas, y nuestras hijas no conciben el mundo de otro modo. Pero considero que hemos dejado a los varones un tanto descolocados. Y los seguimos despistando cuando queremos "un macho recio que sea sensible y compañero pero pueda hacerse cargo de todas las situaciones sin que yo sienta que mi feminidad o mis derechos son vulnerados".

Hace unos días le dije a un hombre con el que conversaba que era cierto, que yo era consciente del poder que tenía como mujer, que lo utilizaba ya que era mío. Sonrió. "Bien", dijo, "ahora te toca a ti invitar". Sonreí y llamé al camarero. Sí, pensé, es mi turno, nuestro turno, en todos los derechos y obligaciones.